domingo, marzo 30, 2008

Enseñar

Muchas veces me preguntan que por qué enseño, que qué le veo a ese oficio.
Cuando trabajaba solo en la universidad no me lo preguntaban tanto, quizás sonaba muy serio o respetable. Desde que trabajo también en un colegio me lo preguntan más. A veces la pregunta esconde un tono de ¿pero tú no podrías estar haciendo otra cosa?
Me siento un poco como cuando estudiaba literatura y la gente también se sorprendía: ¿pero y eso para qué sirve?, o eran catégoricos: uy se va morir de hambre (vaticinio que estuvo lejos de cumplirse).
Me sorprende sobremanera que la gente perciba el oficio de la enseñanza como una suerte de fracaso laboral, pensar eso es creer que formar, educar, no vale la pena o, peor, que a eso pueden dedicarse personas menos preparadas, menos inteligentes. Esas mismas personas son las que esperan una educación de calidad para sus hijos, o las que critican a la sociedad y creen que las cosas deberían funcionar de otra manera y señalan al deficiente sistema educativo como una causa de atraso. Paradójico por decir lo menos.
Yo regresé al colegio, es decir, dicto clases en el mismo sitio donde me gradué como bachiller. Eso sí que puede ser extraño. Como si el tiempo no hubiera pasado, como si tu vida, bajo nuestros parametros occidentales, no avanzara. Los primeros meses eran como sumergerse en el pasado, recordaba cosas todos los días, sensaciones de mi adolescencia. Lentamente eso fue pasando.
A veces creo que todo el mundo debería pasar por esa experiencia del regreso, poder casi que revivir y revisar de una manera tan intensa lo que fueron esos años escolares y después ser capaz de circular por esos pasillos creando nuevos recuerdos.
Ya no pienso en mi adolescencia cuando voy al colegio, ese lugar se ha llenado de nuevas presencias y recuerdos para mí. Fue como saldar una deuda, limpiar dolores. Completamente catártico.
Por otra parte, solo alguien que enseña (y ama ese oficio) sabe lo que se siente el contacto con los alumnos y lo gratificante y enriquecedora que puede ser esta experiencia. Yo enseñé varios años en la universidad, pasar al colegio no fue tan fácil al comienzo pero con sorpresa he descubierto que lo disfruto quizás más que en la universidad.
Claro, muchas veces tu voz se pierde entre tanta hormona y a muchos hay días que les interesa más hablar con el vecino, hacer otra cosa o lo que sea menos escuchar sobre literatura. Pero esos mismos hay días en los que están atentos y silenciosos y muchas, muchas veces piden la palabra y me sorprenden con una afirmación, una pregunta, una historia.
Mis alumnos no saben cómo les brillan los ojos cuando algo de lo que vemos los toca, o cómo yo puedo ver que ahora perciben cosas en las lecturas que hacemos que antes no. No saben tampoco lo que se siente compartir algo tan querido, tan preciado como un texto que se ama y comprobar que a muchos les produce el mismo efecto que a ti.
Mis alumnos no saben que eso que para ellos es una rutina, ir al colegio todos los días, yo no lo percibo así, que mis días son todos diferentes porque por más preparada que tenga una clase, un comentario la lleva a un punto que no pensaba o me muestra otra posibilidad.
Mis alumnos tampoco saben lo mucho que alcanzo a conocerlos en lo que escriben, en lo que dicen y en la manera cómo se acercan a ciertos autores. Para mí, cada clase, es un laboratorio humano viviente que me enseña cada día algo.
Por otra parte, sé que muchas de las cosas que discutimos hoy tendrán más sentido para ellos en unos años y en esa medida enseñar es como sembrar semillas que quizás algún día germinen y den frutos.
Por todas esas razones, y por muchas otras, es que siguo aquí y le veo un sentido a lo que hago.

(Ana ya fue liberada pero Alf continúa secuestrado)

lunes, marzo 24, 2008

Una foto


La foto muestra muchas cosas y a la vez nada. ¿Qué se ve allí? Una puerta abierta sería lo primero que yo diría, las puertas cerradas insinúan, esta muestra lo que se esconde tras ella: afuera todo es verde.
El piso rojo del balcón contrasta con las tonalidades verdes. La puerta es de madera. Hay un pilar que sostiene el techo del balcón, no es de concreto como suelen serlo, es un tronco y por lo tanto no es perfectamente recto. Se adivina una ventana que se abre sobre el verde, el borde una cama con cubrelecho verde, quizás de lana... no mucho más.

No se puede saber en la foto que el aire es caliente pero no sofocante, tibio y acogedor.
Tampoco puede intuirse que a las 8 de la mañana el sol inunda el pequeño balcón y que ahí, bajo esa ventana hay una mesa en madera y un par de sillas donde es posible sentarse a leer mientras se escuchan los sonidos de centenares de pájaros (los hay amarillos, rojos, azules, picaflores), y el murmullo constante de un río que circula justo un poco más allá de los diversos árboles que se ven.
Tampoco se puede ver una pequeña ventana que está a la izquierda que permite que el aire circule permanentemente dentro de ese cuarto que no tiene una, si no tres camas, dos cuadros de Chagall y uno de Maripaz Jaramillo en el que un hombre parece haber muerto durante una fiesta o eso cree uno deducir tras contemplar un rato la expresión dolida de la mujer que se apoya sobre su pecho.
Tampoco puede saberse que la música circula de manera natural por ese ambiente y que allí suena bien la salsa, el jazz, la música clásica, el rock y los boleros.
Nada de eso está en la foto y sin embargo todo eso se contiene en ella, historias que están fuera de ese balcón, viajeros que han circulado frente a él.
Historias que sucedieron al interior de esa habitación, cuando la puerta de madera estuvo cerrada y afuera el sol seguía su curso, o se ocultaba o se veía desde la ventana iluminarse el cielo debido a una tormenta eléctrica.
Todo está allí, en este silencio, en esta foto, en este lugar en el que fue posible sumergirse en diferentes lecturas, soñar mil sueños en uno, hacerse preguntas, contarse historias, respirar, escuchar los latidos del cuerpo y abrir otro tipo de puertas.

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