martes, octubre 30, 2007

Octubre en Nueva York

Hojas sueltas por el piso. El otoño se instala lentamente.
El aire helado recorre las calles.
En NewYork los días se suceden a diferentes velocidades. En el metro te cruzas con los locos de siempre, la señora que cree que la sigues (haces parte de un plan oculto y permanente por desaparecerla), el otro que habla solo, el que grita desesperado...
En medio de las calles, de la inmutabilidad de los rostros en el subterráneo aparece de repente una mujer con orejas de gato, otra con cuernos de diablo, alguno vestido de vaquero o esos que parecen zombies. Pequeños coletazos de Halloween que se aproxima, disfraces que casi pasan desapercibidos en el movimiento de esta gran ciudad.
Camino, camino.
Junto a mí Mónica, a quien conozco desde hace tantos años, crecimos juntas, fuímos compañeras de puesto en el colegio, compañeras de vida durante todo este tiempo. Nos hemos visto crecer, cambiar y de alguna manera hemos encontrado los lazos necesarios para mantenernos unidas.
Camina junto a mí, sonriente, preciosa y en su regazo va Sara que empieza a conocer el mundo lentamente. Sara solo tiene 20 días de nacida y la gente le habla por la calle, le sonríe, la bendice porque aún en esta agitada ciudad que nunca duerme, nunca para, la llegada de una nueva vida sigue siento un motivo de alegría, una suerte de luz de esperanza.
Yo camino y siento que este viaje solo ha sido felicidad y reencuentros, tan variados, tan distintos (como lo es la felicidad que cada uno me proporciona) y que mientras compartes un café, o contestas una llamada hecha desde el otro lado de Estados Unidos las piezas desajustadas regresan a su sitio.

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