Hoy quiero escribir sobre esas pequeñas costumbres que le dan orden a nuestros días. Yo necesito ciertas rutinas, son seguridades chiquitas que me tranquilizan el corazón y me permiten mantener los pies en la tierra. Desde hace algunos meses me levanto muy temprano, a las 5:30 empiezo a abrir los ojos. Los días ahora son un poco más largos y eso implica que a esas horas de la madrugada aún no ha salido el sol. Abro la ventana del baño y veo la luna brillante, el cielo que se adivina despejado. Estos días, a esa hora, me he sentido triste... me he dejado llevar por la tristeza por aquello de que "nunca se debe estar triste de estar triste". Me baño despacio y me quedo envuelta en mi toalla, sentada por ahí, pensando en la luna, en otras cosas, en las horas del día que me faltan por vivir. Es un momento mío, que tiene sus tiempos y su orden.... el jabón, el shampoo, la crema en la cara... De ahí salgo a enfrentar el día.
Tengo otro momento, hacia las siete de la noche, cuando me acuesto con mis hijas a leerles historias. No importa qué haya pasado ese día, ni qué tan triste, desesperada o aburrida haya a estado, ese momento me llena de tranquilidad. Apago la luz, me quedo con ellas, a veces me quedo dormida allí un rato y es un sueño reparador y tranquilo. Salgo de allí y siento que empieza otro momento, horas nocturnas sola en el silencio de mi casa o la noche abriendose en abanicos de posibilidades. Los dos son, a su manera, momentos de recogimiento, necesito ambos.
miércoles, enero 18, 2006
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